El pasado 20 de febrero varios miles de personas se manifestaron por las calles del centro de Berlin. En contra de lo que consideran una guerra imperialista injustificable y, en particular, de la participación de soldados alemanes en la misma. La marcha contó también con la participación de personas de plataformas antiguerra venidas de diferentes ciudades.
Tras la realización de un mitin en la plaza de Bebel (frente al edificio principal de la Universdiad Humboldt, y donde los nazis realizaron la mayor quema de libros) se dirigieron en manifestación hacia el edificio del Bundestag. La sede del parlamento alemán donde este mismo jueves se realizará el debate sobre el envío de refuerzos militares en respuesta a la petición de Obama al esfuerzo adicional de guerra por parte de las fuerzas “aliadas” de la OTAN.
Si bien la presencia en la calle no es tan masiva como se debería corresponder con la popularidad de la campaña de rechazo a la guerra de Afganistán, el hecho indiscutible es que según todos los sondeos entre el 70 y el 80% de la población alemana se muestra contraria a la guerra y a la presencia de tropas alemanas en la zona de conflicto. Esta cuestión tomó relevancia especial en septiembre del pasado año, cuando en zona bajo mandato militar alemán, las tropas de la OTAN ejecutaron una masacre de más de 100 personas.
El evento provocó una amplia polémica en Alemania días antes de las elecciones legislativas. El partido de la Izquierda fue la única fuerza con presencia parlamentaria que mostró un rechazo claro a las políticas belicistas, a diferencia de las contradicción internas de verdes y socialdemócratas. Cuestión ésta, que además de posición rotunda contra los recortes sociales en los surbsidios por desempleo y otros, le valió un destacado reforzamiento electoral y su estabilización como fuerza política en la hasta el momento hostil zona occidental del país.
Dos meses después de las elecciones, en noviembre, tuvo lugar la dimisión del jefe del Estado mayor del Ejército alemán (Bundeswehr), Wolfgang Schneiderhan, por ocultación de información sobre los hechos. También se vieron obligados a dejar sus cargos, el secretario de Estado de Defensa, Peter Wicher y del ministro de Trabajo Franz Josef Jung, que el momento de la matanza realizaba las funciones de ministro de Defensa.
Si bien la matanza civil más salvaje operada por tropas alemanas tras la II Guerra Mundial desató una fuerte polémica interna con consecuencias, y posteriormente las aguas parecen haber vuelto a la calma, la sordera de un gobierno belicista frente a su población contraria a la guerra puede entenderse como una bomba latente. Especialmente en un contexto de crisis en el que los liberales no paran de presionar a sus aliados de gobierno conservadores para bajadas de impuestos y recortes sociales. Bajadas de impuestos a las rentas altas en el interior y más política belicista en el exterior, una mezcla explosiva que está llamada a ser pagada por los bolsillos más humildes.
Además, cuando hace pocos días el tribunal constitucional ha dictado que la ayuda social recibida por los desempleados de larga duración no es suficiente para cubrir las necesidades básicas de las personas. Las contradicciones un neoliberalismo pujante y un Estado social raquítico que se resiste a morir serán sin duda fuentes de conflictos en los próximos meses y años en el corazón de la Europa del capital y la guerra.
De momento, el movimiento antiguerra cumple su función poniendo el dedo en la llaga al mostrar la contradicción entre recortes sociales hacia adentro y los esfuerzos económicos de guerra hacia el exterior. Conservadores y liberales intentan encontrar el mejor momento de dar vuelta de tuerca a las políticas antisociales establecidas por socialdemócratas y verdes.
Mientras todos estos partidos tradicionales sufren cada vez de un mayor descrédito entra grandes capas de la población, la izquierda (Die Linke) y la extrema derecha parecen agentes políticos llamados a explotar el descontento popular en direcciones opuestas.
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